El campamento actual ofrece una recopilación de abundante material relacionado con el mundo militar romano. Podemos sintetizarlo en varios apartados:
Maquinaria bélica
Sin duda alguna uno de los apartados más espectaculares por su tamaño y vistosidad. Disponemos de cuatro de las grandes máquinas con las que contaba el imperio: la torre de asedio, el onagro, el escorpión y la ballista, lo que sitúa a nuestra Asociación en los primeros puestos a nivel mundial en cuanto a equipamiento se refiere, tanto por la cantidad como por la fidelidad, el tamaño y calidad de las reproducciones.
Las primeras noticias que se tienen del uso de torres de asedio en el territorio griego las encontramos, al igual que había sucedido con las catapultas, en la ciudad de Siracusa bajo el gobierno de Dionisio I.En territorio griego, el mayor impulso dado al desarrollo de estas máquinas vino de la mano del cuerpo de ingenieros de Filipo II de Macedonia. Filipo sería el hombre en el que se darían las condiciones necesarias para poner en marcha una maquinaria bélica de tanta envergadura, pues tenía ambición y los fondos necesarios para llevar a cabo este proyecto. Así se propuso la creación de un ejército poderoso, acompañado de máquinas capaces de hacer caer cualquier ciudad bajo el asedio, para lo cual dotó su ejército de un cuerpo de ingenieros a medida de sus tropas.
Se trataba de torres de hasta 24 metros de altura que hacían salir a distintos niveles arietes basculantes. Estos ingenios estaban manejados por cientos de hombres resguardados en su interior que batían sin descanso el recinto amurallado.Teóricamente llegaron a plantear máquinas de 20 pisos y de 120 codos de alto (83,20 metros), aunque eran irrealizables en su planteamiento.
El tamaño de los pisos variaba, siendo los más bajos de mayores dimensiones. El primero era de 3,46 metros, los siguientes de 2,37 metros y los últimos tenían un tamaño menor con 2 metros. En las torres de mayores dimensiones también había también una especie de galería de 1,38 metros que rodeaba toda la torre. Su principal función era permitir que los soldados pudieran apagar desde el exterior de la torre el fuego en caso de ataque.
Para acceder a cada uno de los pisos en la parte trasera de la torre había dos escaleras, una de subida y otra de bajada que favorecían la libre circulación de tropas y el buen funcionamiento en los asedios. De esta forma, la movilización de los asaltantes se hacía de forma óptima y se evitaba el atasco de los soldados que ascendían y descendían de la máquina.
De forma previa a la maniobra de aproximación el suelo, por el que se tenía que acercar la máquina, debía ser totalmente allanado. En el caso de la presencia de fosos éstos eran cegados por el cuerpo de zapadores. El objetivo era la construcción de una especie de calzada en el suelo construida con tablas de madera sobre tierra fuertemente comprimida, aunque de forma excepcional como en el caso de Azaila estaba construida en opus caementicium.
Las torres de asedio se acercaban a las murallas y a continuación arrojaban desde ellas un puente hasta la parte superior de la muralla. Los soldados de la torre avanzaban por él y entablaban una lucha cuerpo a cuerpo con los defensores para hacerse con el control de los muros. Si el primer grupo de atacantes lograba pasar, una corriente continua accedía desde la torre para finalizar la ocupación de la ciudad.
El principal inconveniente de esta máquina era que su puesta en marcha nunca pillaba por sorpresa a los defensores que la veían aproximarse a larga distancia. Los sitiados, podían así reforzar la parte hacia la que se iba a dirigir el ingenio. A menudo, el excesivo peso de las máquinas provocaba que las torres tuvieran dificultades para moverse.
La principal defensa contra las torres de asedio era el fuego pues, a priori, era la única forma de destruir totalmente las torres que estaban fabricadas en madera. La principal protección contra las torres era cubrirlas con pieles sin curtir o cuero. La máxima defensa con que se podía dotar una máquina era forrarla en su totalidad con placas de hierro, lo cual también conseguía amortiguar los impactos de los proyectiles de las piezas de artillería. Había un inconveniente en esta última forma de defensa ya que la presencia del hierro aumentaba notablemente el peso de la máquina y dificultaba su transporte.
A menudo, también se hacían trampas ocultas en el suelo con las que obstaculizar a las torres. Las trampas consistían en amplios agujeros o trincheras excavadas y cubiertas de forma que pasaban inadvertidas a los atacantes. También se podían colocar grandes ollas que se rellenaban de algas que se cubrían con una capa de tierra. Pasaban inadvertidas para los soldados de infantería pero no para las torres que tenían un peso mayor. Al llegar a ese lugar las torres se hundían o desplomaban, siendo imposible sacarlas y haciendo que murieran los soldados que portaban. Estos obstáculos se debían construir lo suficientemente alejados del muro como para que, en caso que se desplomara la torre, no cayera sobre las defensas rompiéndolas:
Con casi 8 metros de altura y 3 toneladas de peso, esta réplica no pasa desapercibida para los visitantes. Es totalmente operativa, y cabe la posibilidad de acceder a todos los pisos. Sin duda, la atracción para los más peques.